Me acuerdo como si fuera hoy esa tarde de Diciembre.
Siempre a fines de Noviembre, o a lo sumo principios de Diciembre, íbamos con el Manco Botta, Iván y Soto a Isla Verde a sacar la hacienda que durante Abril a Noviembre dejábamos pastando para engordar, en la zona de islas que están justo enfrente a Rosario.
El tema es que en verano teníamos que sacar los animales porque arrancaba la temporada de playa, y en el lugar había un parador con camping que se llenaba de gente. Y la verdad es que no da como para que uno ande tirado en la reposera tomando sol, tereré en mano, con los vacunos dando vueltas, con todos los inconvenientes y desagradables implicancias que eso conlleva.
Justo ese año, los dueños de las lanchas que cruzan pasajeros de Rosario a la isla habían decidido arrancar antes la temporada. Así que nos llamó el dueño del parador que “si o si” teníamos que sacar los animales, porque “mañana al mediodía llegaba la primer lancha” nos dijo.
Así que a las 6:30 del otro día ya estábamos arriba de “La China” (la canoa que nos había regalado el Tito hacía unos años) con el Osmar a todo vapor rumbo a la isla.
Casi siempre cuando nos toca la arreada, el clima acompaña con días de calorcito todavía primaverales que hacen la tarea un poco más agradable. Pero ese día… ese día hermano … debe haber sido el día más caluroso de todos los diciembres de la historia de la humanidad.
45 ºC a la sombra de sensación térmica hacía, sin temor a equivocarme.
A las 9 cuando arrancamos la tarea, las puntas de las hojas de los sauces ya se empezaban a chamuscar. No volaba ni un pajarito. Nosotros andábamos a caballo para arrear, y el caballo del manco parecía que tenía una canilla en el lomo de cómo sudaba ese animal. A las vacas, te digo más, ni siquiera las teníamos que correr porque estaban casi deshidratadas, medio boleadas por el calorón que hacía.
Para las 10:30 algunos ya teníamos síntomas de deshidratación porque para esa hora ya habíamos hecho cagar hacía rato, la única puta botella que habíamos llenado con agua de la canilla antes de salir “por las dudas” le dije a los muchachos.
Ni siquiera teníamos la llave del rancho para sacar una gaseosa o un agua mineral del parador, porque el dueño nos avisó que el llegaba “tipo una, porque tengo que pasar a buscar el generador eléctrico que lo dejé reparando”.
Ante la desesperación Soto tomo coraje y dijo “Yo me clavo un trago de agua de río, prefiero tomarme algún restito de sorete antes que morir de inanición acuífera”
El resto lo seguimos, por lo que el Paraná con sus turbias aguas se convirtió en nuestro único sustento momentáneo.
A pesar de nuestras precarias condiciones pudimos llevar a cabo la arreada con eficacia.
Iván y Soto que la tenían más clara con los caballos iban trayendo las vacas y yo las embocaba en el corral. El manco enlazaba a las vacas más rebeldes… no me preguntes como carajo hacía el tipo pero con una mano hacía los mejores nudos de todo el continente y enlazaba como los dioses.
Para cuando llegó la primer lancha con los pasajeros, estábamos casi terminando, pasando los animales de la manga al lanchón jaula. Ivan y Soto iban empujando los animales del corral a la manga, el manco abría y cerraba el cepo y yo le mandaba picana eléctrica a los bichos pa que suban al lanchón. Para el que no es avezado en el tema ganadero, le aclaro que la picana eléctrica es de uso común para que el animal se mueva adentro de la manga, porque sino ni con un garrote se mueve.
Para entonces ya estábamos hechos sopa, chorreando transpiración y con una sed impresionante casi asoleados.
Mientras terminábamos a duras penas nuestro trabajo, llegó la primer lancha de la temporada y empezaron a bajar de a poco los pasajeros: dos parejitas; una señora algo mayor con dos chicos; un grupito de chicas y un heladero.
Los turistas se quedaron bastante lejos de donde estábamos nosotros.
Durante la temporada siempre llegan vendedores ambulantes a la isla, que le venden cosas a los veraneantes y a los isleños… helados, bolas de fraile, churros, ensalada de frutas, etc.
Cuando lo vimos al heladero bajar de la lancha nos agarró una alegría inmensa. Fué como ver un dios pagano, en su blanca e inmaculada vestimenta, con su heladerita de telgopor llena de bendiciones…casi como un oasis en el desierto.
- ¡¡¡¡Manco un heladero!!!!
- Uuuuuuuuuuuuy que grande. ¡Gracias Diooos!
- Esto es casi un milagro” atinó a decir Iván, prácticamente entre lágrimas
- Alcanzame la billetera, rápido que ahí viene el viejo, me dijo Soto
- ¿Donde esta?
- En la mochila verde
- ¡No!
- ¿Qué?
- ¿En la mochila verde, la tuya?
- Si boludo
- La dejé en el casillero de la guardería
-¿¿¿Qué??? ¿Cómo que la dejaste en el casillero de la guardería?
- Pero Iván me dijo que deje la mochila en el casillero
- Yo te dije que dejes Mi mochila en el casillero, pelotudo
- Bueno loco, me confundí, que querés que haga
- ¿Y vos no tenés plata en tu mochila Iván?
- No, lo único que tengo son los lentes para ver de cerca y un buzo que me había traído por las dudas, porque la billetera la había guardado en la mochila verde.
- ¿Y vos manco?
- Ni un cobre
- ¿Y vos pelotudo no tenés plata?
- Y no, porque me dejé la billetera y el celular en el auto, por si se mojaban en el río ¿viste?
- Pero la recalcada concha de tu hermana ¿y ahora que mierda hacemos?
- Siempre lo mismo con vos loco, no podés ser tan colgado
- Mirá vos, ahí viene el viejo y por tu culpa nos vamos a quedar sin nada, ni un puto palito de agua tan siquiera...
La culpa me cayó con todo su peso encima. La mirada acusadora de mis amigos era una cruz insoportable. Encima las ganas que tenía de clavarme un conogol o un bombón helado fueron un cocktel letal.
Justo en ese momento pasó a escasos centímetros de donde yo estaba el viejo al grito de “Helado heladooo… hay palito bombón heladoooo”, y en cuanto terminó con su cantito provocativo me miró de reojo… y me miró, con una mirada sarcástica y burlona, media sonrisa en los labios como diciendo: "si te cagás vas a comer uno"...
Y no aguanté más.
Yo se que me van a decir que soy un hijo de puta, que como pude hacer eso y todas las pelotudeces que los giles moralistas suelen decir en estos casos.
Yo te digo que tendrían que haber estado en mi lugar… la sed, el hambre, la culpa, los ojos inquisidores de mis amigos, el viejo forro ese …
Además te aseguro que el viejo casi no sintió nada, porque apenas le arrimé la picana se desmayo enseguida. Yo calculo que fue porque tenía los pies en el río que tuvo tanto efecto la electricidad. O capáz que al viejo le fallaba el bobo, que se yo.
Apenas cayó al suelo el tipo, me aseguré que ninguno de los turistas estuviera mirando y me abalancé sobre la heladerita. Saqué cuatro helados, uno para cada uno, y cual Robin Hood se los repartí a los muchachos.
- Escondan los helados pelotudos que el viejo se despierta en cualquier momento.
Efectivamente, a los pocos minutos el heladero empezó a recuperarse y yo fui a ayudarlo, ante la atónita mirada del resto del grupo
- ¿Qué pasó? Pregunto el viejo
- No se che, te desmayaste en seco. Le dije. ¿Estás bien?
- Si, si, estoy bien
- ¿Seguro?
- Si pibe, gracias
- Nooo, de nada hombre, por favor… Haga una cosa jefe, porque no se va en la lancha que está por salir de vuelta para Rosario, no vaya a ser cosa que se descompense otra vez
- Tenés razón hijo, tenés razón. Bueno, disculpen la molestia y gracias de nuevo.
Cuando el viejo se fué los pibes me miraban desconcertados, con la boca abierta.
- ¡Pero vos sos un reverendo hijo de puta! Me dijo Soto
- Bueno devolveme el helado entonces
A partir de ese instante nadie más habló.
Nos sentamos en la arena y sin volver a mencionar palabra sobre el tema, nos clavamos los helados.
- ¿De que te tocó a vos manco?
- De frutilla a la crema.
- Te cambio por un poco de bombón helado.
- … bueno, dale.
Pero si sos la reencarnación de Fontanarrosa jajaja muy linda historia de endeveras....
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