miércoles, 25 de julio de 2012

EL ÚLTIMO CAMPAMENTO


Cada vez que recordaba esa experiencia, me preguntaba  cómo es que hacen los boyscouts para andar de campamento tan correctos, tan pulcros, con sus uniformes siempre prolijitos, con los tres deditos para arriba, “siempre listos”.  Encima, como si eso fuera poco, los guachos te prenden una tremenda fogata con dos palitos chotos o te hacen una canoa con cuatro ramitas de mierda…. ¿cómo hacen?,  me volvía a preguntar.
Y después de analizarlo y meditarlo mucho tiempo llegué a una inequívoca conclusión: el tema es que los tipos no escabian… y así cualquiera.
Sabido es que la madre de todas las desgracias en los campamentos no es otra que la bebida… el alcohol, para ser más preciso.
Porque cuando en el campamento la gente arranca con el escabio, comienza un espiral ascendente de descontrol que termina inexorablemente en quilombo. Es así.
Incluso hay estudios científicos que lo demuestran.

En la prestigiosa Universidad del Ort, de la República Oriental del Uruguay, el renombrado estudioso de las ciencias antropofísicas,  y titular de la cátedra “Salud, esparcimiento y medio ambiente”, Licenciado Maximiliano Miguel Patetta, realizó un interesantísimo estudio con dos grupos homogéneos de campamentistas, en dos locaciones similares, con idénticas raciones de alimentos (sánguche de milanesas de carpincho y empanadas de tero), a los que sometió a dos tratamientos diferentes, lo que constituía la única diferencia entre ambos: la bebida.
Al grupo testigo o “Grupo A” se le suministró bebida gaseosa, agua saborizada, soda, gatorei y aperitivo serrano sin alcohol. Para la sobremesa todo tipo de infusiones (te, mate cocido, café descafeinado, etc.)
Al otro grupo o “Grupo B” se le suministraron bebidas alcohólicas varias (aperitivos, cerveza, vino, espumantes, etc) y para la sobremesa todo tipo de licores y whisky.
Luego de 60 (sesenta) minutos de finalizadas las respectivas ingestas, se registraron los comportamientos de cada grupo.
Transcribimos a continuación las anotaciones del Lic. Patetta:

“GRUPO A: Este grupo se mostró muy civilizado y relativamente tranquilo. Se dividieron voluntariamente en pequeños sub-grupos según  afinidad y se establecieron charlas formales e informales luego de las cuales se asignaron rangos dentro del grupo para la ejecución de distintas tareas coordinadas (armar las carpas, cocinar, lavar los platos, recolectar madera para el fogón, etc.) Durante el fogón de camaradería se desarrollaron espectáculos artísticos de diversa índole tales como recitados, poesía, teatro y música (se interpretaron piezas de música clásica, boleros y temas de Arjona, entre otros) luego de lo cual cada uno de los individuos se dirigió a su respectiva carpa a descansar, después del aseo personal correspondiente.

GRUPO B: Arrancó con bardo de entrada nomás. Este grupo se comportó de manera primitiva y violenta, con un claro sobredimensionamiento y exacerbación de las emociones. Las comunicaciones interpersonales eran prácticamente imposibles, ya que todos gritaban al mismo tiempo, tornando inviable la lógica comunicacional emisor – receptor.
No hubo tareas asignadas, organización o actividades coordinadas de ningún tipo y reinaba el más absoluto anarquismo. Para el fogón, como las únicas ramas que habían juntado los más lúcidos estaban húmedas y verdes, algunos comenzaron a arrojar sus pertenencias para avivar el fuego (ropa, calzado, documentación personal, etc.). Las únicas expresiones artísticas (si así se pueden denominar) fueron unas pocas canciones picarescas subidas de tono
(“aro, aro, aro…”; “ayer pasé por tu casa…”; “una vieja y un viejo…” y cosas por el estilo), un concurso de zapateo que terminó con un participante con esguince de tobillo y un cantor desafinado al cual era bastante difícil comprenderlo,  interpretando temas del recuerdo de grandes autores rioplatenses (Los Iracundos, Los Wawancó, Donald, Palito Ortega, Sergio Denis y Miguel “Conejito” Alejandro, entre otros). Más entrada la noche se produjo una trifulca entre dos bandos enfrentados: cumbia vs reggaetón, que se trenzaron a golpes de puño para dirimir sus diferencias, lo que terminó en una batalla campal con algunos heridos de consideración que fueron derivados al hospital Milton Tabaré Churruca y otros tantos que se dirigieron al citado nosocomio a internarse por voluntad propia.

Las irrefutables conclusiones a las que arribó el catedrático, no hacen más que confirmar mi hipótesis original que la fórmula “alcohol + campamento” lo pudre todo.
Además, y en consonancia con las investigaciones del Licenciado Patetta, mi experiencia personal me permitió ratificar que esto es así.

Fue para Abril del ´97, si mal o recuerdo, que decidimos ir de campamento con toda la muchachada. Nos dirigimos con el auto del Dr. Chufardi hacia la localidad de Monje, pueblito enclavado a la vera del río Coronda en la provincia de Santa Fe, a unos 70 km al norte de Rosario.

El líder de la expedición, por conocimiento y experiencia, era el Dr. Chufardi. Si bien le decíamos doctor, en realidad no era médico, sino profesor de educación física. Pero el título era una mención especial que la barra le había otorgado, algo así como una distinción honoris causa.
En el 147 de Chufardi íbamos Soto, Iván, el mencionado dueño del auto  y yo. El Fiat cargado hasta los ejes: carpa, sol de noche, bolsas de dormir, muchos  artículos de pesca y una heladerita repleta de bebidas de la más variada índole, para nuestra futura desgracia.
El resto de los muchachos (Lorenzo, Leonardo y el manco Botta) venían en el rastrojero del Leo, que usaba para hacer los repartos de la verdulería.
El Oreja venía más atrás, con su madre en el auto familiar, ya que aprovechaban el viaje para visitar unos parientes que vivían precisamente en Monje.
El destino había sido recomendado por el mismo Oreja, que había visitado el pueblo en oportunidades anteriores y según sus textuales palabras “se arma tremenda joda en el camping de Monje para semana santa”.

Llegamos a destino y el camping estaba cerradísimo.
No sólo eso… parecía no haber un alma a kilómetros a la redonda.
Lo único que faltaba era que pasaran esas bolas de pasto rodando, impulsadas por el viento, como en esas películas del lejano oeste, para terminar de darle a la escena un aspecto ciertamente desolador.
No terminamos de llegar que las miradas acusadoras se posaron en el Oreja, y no tardaron en llegar los comentarios agresivos hacia nuestro guía
- ¿Cuándo empieza la tremenda joda che?
- En el geriátrico donde está mi bisabuela hay más movida que en este pueblo …
- Boludo, y yo que me olvidé de traer forros ¡con lo que vamos a ponerla acá!...  
le recriminaban irónicamente el resto de los presentes.
- Pará, pará. Algo pasó acá. Lo voy a llamar a mi primo Juan Carlos, que vive acá a ver qué onda, se defendió el Oreja dirigiéndose al teléfono público que había en la entrada del camping.
- Hola, ¿Juanca?... que hacés, soy yo, tu primo ¿Cómo andás che?…si, si todo bien ¿vos?... Escuchame una cosa, estoy acá en Monje y el camping está cerrado y parece que no hay nadie en el pueblo y… aaaaa… aaaa…claaaaro…si, si, te entiendo… ahá… ahá…ahá…uuuu, que cagada… bueno, bueno, listo Juanca, un abrazo… nos vemos.
- ¿Y qué pasó?,
pregunté impaciente…
- Hoy es la procesión a Maciel. Va todo la gente caminando hasta la iglesia del próximo pueblo, por eso no hay nadie. Hoy es San Eriberto Nadador, patrono del pueblo.
- ¿Y el camping?
- Lo clausuraron el fin de semana pasado por venta de alcohol a menores.
- ¡Aaaaaa pero no podemos estar más salados! ¿Y qué hacemos ahora?
Resignados, sin demasiadas opciones y ya que estábamos ahí, decidimos meternos igual al camping , total lo único que necesitábamos era un lugar para clavar las carpas.
Después de  armarlas, empezamos a probar suerte con la pesca. El día estaba ideal y el sol que se reflejaba en la quietud del río invitaba a mojar los anzuelos… pero después de dos horas y cuarto transcurridas sin sacar una mísera mojarrita o un puto cornalito, el aburrimiento y el calor comenzaron a dar lugar a la bebida y los efectos de la misma, al vandalismo.
La gente abandonó las cañas y la casilla de entrada al camping fue saboteada por los más desacatados del grupo y de la misma extrajeron unos remos, salvavidas y carteles viales que empezaron a ser utilizados para diversos fines lúdicos.
Un pescador que pasaba con su canoa (hoy me pregunto de que carajo vivía ese cristiano, porque ese lugar era sólo comparable con el Mar Muerto), vio la escena y se paró en la canoa haciéndonos la típica seña con la mano abierta colocada en forma horizontal realizando un pequeño vaivén hacia adelante y hacia atrás, que podría traducirse como “ya van a ver” o “ van a cobrar” o algo por el estlo.
Pero la muchachada, lejos de amedrentarse, aumentó la escalada de descontrol y locura, respondiéndole al pescador con otros gestos algo más obscenos (como por ejemplo “ la gran Michael Jackson”, que se realiza con la mano derecha agarrándose los genitales en forma envolvente, entre otras) , llegando incluso a arrojarle objetos contundentes.

No me acuerdo que fue lo que comimos al mediodía (si es que comimos algo), recuerdo sí, que a la tarde se retomó la pesca, con idéntico resultado que la pesca matutina, salvo un (1) pique que tuvo el Leo, que había dejado la caña tirada y cuando recogió la línea trajo la cabeza de un moncholito (la cabeza sola). Luego se realizó una expedición por el pueblo donde se intentaron poner en marcha algunas máquinas de Vialidad Nacional que se encontraban abandonadas cerca del lugar, lo que (afortunadamente ) no se logró, culminando la tarde con un paseo por las inmediaciones del camping y al pasar por un corral de vacas de un tambo vecino se armó la guerra de bosta entre dos bandos.

Cayó la noche y después del aperitivo de rigor, empezamos a preparar la cena, y como era de esperar, comenzó a circular el típico vino tinto entre los presentes.
Después de comer, se armó el fogón de sobremesa, al borde de la barranca y empezó la guitarreada. Hasta ahí la cosa iba por carriles medianamente normales, pero en el momento cumbre de la noche, cuando entre ronda y ronda de tequila, sonaban los acordes de un rock and roll de Pappo a todo volumen, con la muchachada cantando a garganta pelada, Ivan … Ivancito, no tuvo mejor idea que echar un chorro de kerosene del sol de noche al fuego…si, si, un litro de kerosene (aprox.) directamente al medio de la fogata.
Automáticamente una llamarada de tres metros de alto iluminó la escena, provocando la estampida de la muchachada.
Algunos, entre los que me yo me encontraba, nos asustamos bastante, mientras que para otros el kerosene fue como una inyección de adrenalina en el centro del corazón.
El manco Botta, casi poseído por Helios, tomó larga carrera y realizó un increíble salto sobre las llamas, desapareciendo en la oscuridad para nuestro asombro.
Extasiado, el Oreja lo siguió, emulando el salto con idéntica destreza, elegancia y precisión.
El resto de los presentes rompimos en un cerrado aplauso.
Fue un espectáculo dantesco combinado con una demostración de acrobacia y elasticidad dignos de un espectáculo de “Choque urbano”, “Fuerza Bruta”… o alguno de esos.
Pasaron varios minutos de aplausos y los acróbatas no regresaban.
La mayoría nos quedamos quietos y expectantes, pensando que estaban preparando un “bis”, o algún otro número para sorprendernos.
Hasta que el Dr. Chufardi se dio cuenta de lo que verdaderamente había pasado: “¡La barranca!”, gritó.
En el fragor del momento, ni el manco ni el Oreja se percataron que detrás de la fogata había una barranca de más de dos metros.
Cuando fuimos a verlos estaban los dos despatarrados, barranca abajo, en la orilla del río sobre el barro, con la forma de esos muñecos que dibujan con tiza en el suelo en la escena del crimen.
Enseguida se armó una mega operativo de rescate, con Lorenzo a la cabeza, que incluyó una cadena humana de salvataje para poder socorrer a nuestros accidentados amigos.
“Vamos, vamos, yo no dejo que nadie me muera” arengaba Lorenzo al equipo de rescate en una incomprensible expresión pseudo idiomática.
El primero en ser rescatado fue el Oreja.
Tratamos de acercarlo al fogón para que deje de temblar pero fue inútil.
Se empezó a poner pálido, no paraba de vomitar y lloraba al grito de “llévenme con mi mamá, llévenme con mi mamá”(sic)
Chufardi e Iván, que en ese momento eran los más lúcidos del grupo, decidieron llevarlo a la salita médica de primeros auxilios del pueblo. Cuando el médico de guardia vió al paciente se asustó bastante… porque la verdad por su apariencia, era digno de temer: zapatillas negras, medias de fútbol canallas hasta arriba de la rodilla, jean cortado tipo bermuda, buzo a rayas con las mangas que le tapaban las manos, barbudo y peinado con rastas.
Luego de una certera inyección intramuscular los muchachos volvieron al camping con el Oreja bastante demacrado para ser sincero y con un gesto muy adusto, pero por lo menos se podía mantener de pie y había parado de vomitar.  Lo metimos a la carpa y lo tapamos para que se recupere.

El manco fue rescatado en segundo término. Todo embarrado y en avanzado estado de ebriedad de casualidad podía hilvanar palabras.
- Chicos me siento mal
- No pasa nada manco.
- Pero en serio me siento mal
- ¿Pero que te duele?
- La panza
- Tranquilo loco, ya se te va a pasar
- Pero me cago chicos… me cago
Automáticamente lo levantamos entre Soto y yo, agarrándolo uno de cada brazo (bueno…yo del muñón) y aceleramos el paso para tratar de llegar al baño del camping
-   Gracias chicos
-   No de nada manco, vos tranqui que ya llegamos
-   No, no,… gracias…
-   Si, todo bien amigo
-   No, no, gracias…ya está…ya está……… ya está
Nos miramos con Soto desconcertados hasta que nos dimos cuenta que el manco se había recontra cagado encima.
Con el frío que hacía y sin la posibilidad de bañarlo, decidimos arrimarlo al fogón y cubrirlo con una frazada para que se atempere un poco, así como estaba.
En ese momento escuché un quejido que provenía de la carpa donde estaba el Oreja. Fui a verlo.
- ¿Estás bien amigo, le pregunté.
Me hizo “no” con la cabeza sin pronunciar palabra. Después empezó a hacer pucherito, como los nenes y escuché bajito, nuevamente casi como un ruego “llévenme con mi mamá, llévenme con mi mamá”.
El puchero se hizo llanto y nuestro amigo entró en una crisis y continuó implorando por la presencia de su progenitora.
Decidimos llevarlo hasta la casa de la tía del Oreja que estaba cerca del camping y salió la Bibiana, la madre, a atender la puerta.
Antes que pudiéramos darnos cuenta, el Oreja bajó del auto, cruzó corriendo la calle y abrazó a su madre fuerte fuerte, como si no la hubiera visto en años. Después entró rápido a la casa sollozando, sin darse vuelta a saludar.

Cuando volvimos al campamento, el resto de los muchachos estaban durmiendo. Nos acomodamos en los lugares que quedaban en las carpas y tratamos de conciliar el sueño.

El sol en la cara me despertó. Todavía un poco mareado y confuso, me abrí paso entre los cuerpos amontonados de los muchachos y pude salir de la carpa. Fue en ese momento que lo ví.
Estaba hecho una bolita, rodeado de moscas… temblando de frío al lado del fogón extinto ya hace rato. Era el manco.
Encendí rápidamente el fuego nuevamente, lo tapé con otra frazada y me fui hasta la carpa a buscar los elementos para prepararle un té caliente para que se recupere.
- ¿Qué pasa? Me preguntó el Leo cuando entré a la carpa.
- Nos fuimos al carajo boludo, lo dejamos afuera al manco anoche, está temblando, pálido, muerto de frío. Le voy a preparar algo caliente, expliqué.
- Uuu que cagada, pará que salgo yo a cuidarlo mientras tanto, se ofreció gentilmente el Leo.
Mientras yo buscaba un té, entre el quilombo indescifrable de la carpa, el Leo empezó a los gritos
- ¡Fuego boludo, fuegooo!
Salí a los pedos de la carpa y lo vi al Leo tirándole arena encima al manco como un desaforado.
La frazada con la que lo había tapado al manco se estaba prendiendo fuego, producto quizás de alguna chispa proveniente de la fogata que había reavivado minutos antes.
Por suerte la cosa no pasó a mayores y pudimos apagar enseguida el foco ígneo con la arena.
Cuando el manco finalmente se pudo reincorporar, la imagen de ese muchacho era algo difícil de explicar. Cómo no tener lástima por un tipo que está muerto de frío, cagado encima, todo el cuerpo lleno de una mezcla de barro seco de la noche anterior y arena… encima con parte del pelo y la ropa chamuscados. Y al mismo tiempo como no mearte de risa ante semejante situación.
- Encima se ríen la reputísima madre que los reparió, nos increpó el manco con algo de razón.
Después de tomarse el té, fue al río a lavarse y le prestamos ropa seca para que se cambie.

Metimos como pudimos los bártulos arriba de los autos y emprendimos el regreso antes de lo previsto.
En el viaje de vuelta casi nadie hablaba.
La resaca y el episodio de la noche anterior habían sido intensos.

Mucho tiempo después, leí en una página de internet una definición de “campamento” que decía lo siguiente: “Es una actividad de convivencia al aire libre orientada con fines educativos y de formación de la persona. Va más allá que las actividades de aventura o visitas a lugares naturales. Responde, entre otras cosas, al concepto de educación permanente como una necesidad en todas las edades y etapas de la vida”.

Nada más alejado de lo que vivimos aquella vez… afortunadamente, ése fue nuestro último campamento.

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