Para que puedan entender
cabalmente la historia que les voy a contar a continuación es necesario que les
haga un breve repaso de mi historia personal con los dos protagonistas de la
misma.
Porque para comprender ese
instante, ese momento, ese breve y angustiante lapso de indecisión e incertidumbre, es indispensable desmenuzar el pasado, entender las
causas y los designios del destino que hacen que se den en nuestras vidas
situaciones límites, que nos coloquen ante encrucijadas tales, que nos obligan
a tomar decisiones tan complejas y trascendentales.
El primer personaje de esta historia es mi amigo Calandria.
Raro apodo pensará usted, si es una persona de la gran ciudad.
Pero mi amigo Calandria es oriundo la localidad de Diamante, la perla del oeste entrerriano, cuna de los Hermanos Cuestas y de tantos otros personajes ilustres de renombre nacional e internacional, conocida también como “la ciudad blanca”, por las arcillas claras que forman sus barrancas que flanquean el río Paraná.
Cuenta la leyenda que Mirta, la madre de Calandria, tenía a su cargo 8 niños (entre hijos y sobrinos).
A Calandria (por ese entonces todavía Cristiancito de uno o dos años de edad) le gustaba andar vagando en el patio, por lo que la madre solía dejarlo varear en el fondo. Cuando el aburrimiento o alguna circunstancia provocaban el llanto de Cristiancito, Pocha, la vecina, le avisaba a Mirta por arriba del murito que oficiaba de medianera que al niño le aquejaba algún mal, pero lo hacía de una manera muy particular “Doñaaaaa… llora la calandriaaaa” le decía. Desde entonces Cristian es Calandria para propios y extraños.
Nos conocimos en Rosario por esas cosas del destino, ya que nuestras respectivas ex novias eran compañeras de la escuela secundaria. En estos casos uno muchas veces tiene que acceder a compartir una salida en parejas con algún nabo que da la puta casualidad que es el novio de la amiga de tu novia. Y cuando tu media naranja te dice “Amor,¿ esta noche salimos con Micaela y Jeremías?”, a vos no te queda otra que decir que si con tu mejor cara de póker, porque sabés que si hacés buena letra capaz que a la noche la ponés, aunque para eso tengas que tragarte al pelotudo de Jeremías que juega al rugby en el torneo intercountris, que no le interesa el fútbol, que no bebe alcohol, que de lo único que sabe hablar es de su un auto tuning y encima escucha a Arjona y la reputísima madre que los parió.
Pero afortunadamente este no fue el caso. Desde el primer día que salimos con Calandria y las que entonces eran nuestras respectivas novias, nos hicimos compinches y con el tiempo a pesar de tener puntos de vista muy distintos en muchas cuestiones dela vida, llegamos a hacernos grandes amigos. Dueño de una personalidad difícil de encuadrar, podría decirse que es una mezcla rara de Maradona, Mirtha Legrand y Leo Mattioli. Ante una primera impresión, puede aparentar ser un tipo de esos que sólo te cuentan las ganadas, materialista, machista y sin sentimientos. Pero detrás de esa fachada, hay un tipo sensible, de pueblo, muy divertido, apasionado del futbol y la cumbia, que hace un culto de la amistad, al que le gusta más la cerveza que los churros rellenos los días de lluvia. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que Calandria es la persona que conozco, que más litros de cerveza ha ingerido en su vida, por lejos. Y mirá que el resto de mis amigos no son ningunos nenes de pecho, pero Calandria les pasa el trapo a todos, lejos. Para él, la cerveza es un líquido vital… como el néctar para una abeja hambrienta, como el alpiste para un canario enjaulado… es casi su religión.
Pero como todo en la vida tiene su costo, tantos litros de malta fermentada, hicieron mella en la figura de mi amigo y los kilos empezaron a depositarse en su cuerpo paulatina y progresivamente. Hace 5 años, cuando la balanza empezó a sobrepasar las tres cifras y debido a algunas lesiones desafortunadas, mi amigo abandonó las canchas de fútbol, aquellas que había pisado por primera vez en las categorías inferiores del Deportivo Strobel y que más tarde lo vieran defendiendo los colores de Defensores de Diamante, equipo en el que brillara como marcador central y joven promesa durante su adolescencia, cuando regaba de calidad y prestancia el verde césped con la 6 en la espalda.
El primer personaje de esta historia es mi amigo Calandria.
Raro apodo pensará usted, si es una persona de la gran ciudad.
Pero mi amigo Calandria es oriundo la localidad de Diamante, la perla del oeste entrerriano, cuna de los Hermanos Cuestas y de tantos otros personajes ilustres de renombre nacional e internacional, conocida también como “la ciudad blanca”, por las arcillas claras que forman sus barrancas que flanquean el río Paraná.
Cuenta la leyenda que Mirta, la madre de Calandria, tenía a su cargo 8 niños (entre hijos y sobrinos).
A Calandria (por ese entonces todavía Cristiancito de uno o dos años de edad) le gustaba andar vagando en el patio, por lo que la madre solía dejarlo varear en el fondo. Cuando el aburrimiento o alguna circunstancia provocaban el llanto de Cristiancito, Pocha, la vecina, le avisaba a Mirta por arriba del murito que oficiaba de medianera que al niño le aquejaba algún mal, pero lo hacía de una manera muy particular “Doñaaaaa… llora la calandriaaaa” le decía. Desde entonces Cristian es Calandria para propios y extraños.
Nos conocimos en Rosario por esas cosas del destino, ya que nuestras respectivas ex novias eran compañeras de la escuela secundaria. En estos casos uno muchas veces tiene que acceder a compartir una salida en parejas con algún nabo que da la puta casualidad que es el novio de la amiga de tu novia. Y cuando tu media naranja te dice “Amor,¿ esta noche salimos con Micaela y Jeremías?”, a vos no te queda otra que decir que si con tu mejor cara de póker, porque sabés que si hacés buena letra capaz que a la noche la ponés, aunque para eso tengas que tragarte al pelotudo de Jeremías que juega al rugby en el torneo intercountris, que no le interesa el fútbol, que no bebe alcohol, que de lo único que sabe hablar es de su un auto tuning y encima escucha a Arjona y la reputísima madre que los parió.
Pero afortunadamente este no fue el caso. Desde el primer día que salimos con Calandria y las que entonces eran nuestras respectivas novias, nos hicimos compinches y con el tiempo a pesar de tener puntos de vista muy distintos en muchas cuestiones dela vida, llegamos a hacernos grandes amigos. Dueño de una personalidad difícil de encuadrar, podría decirse que es una mezcla rara de Maradona, Mirtha Legrand y Leo Mattioli. Ante una primera impresión, puede aparentar ser un tipo de esos que sólo te cuentan las ganadas, materialista, machista y sin sentimientos. Pero detrás de esa fachada, hay un tipo sensible, de pueblo, muy divertido, apasionado del futbol y la cumbia, que hace un culto de la amistad, al que le gusta más la cerveza que los churros rellenos los días de lluvia. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que Calandria es la persona que conozco, que más litros de cerveza ha ingerido en su vida, por lejos. Y mirá que el resto de mis amigos no son ningunos nenes de pecho, pero Calandria les pasa el trapo a todos, lejos. Para él, la cerveza es un líquido vital… como el néctar para una abeja hambrienta, como el alpiste para un canario enjaulado… es casi su religión.
Pero como todo en la vida tiene su costo, tantos litros de malta fermentada, hicieron mella en la figura de mi amigo y los kilos empezaron a depositarse en su cuerpo paulatina y progresivamente. Hace 5 años, cuando la balanza empezó a sobrepasar las tres cifras y debido a algunas lesiones desafortunadas, mi amigo abandonó las canchas de fútbol, aquellas que había pisado por primera vez en las categorías inferiores del Deportivo Strobel y que más tarde lo vieran defendiendo los colores de Defensores de Diamante, equipo en el que brillara como marcador central y joven promesa durante su adolescencia, cuando regaba de calidad y prestancia el verde césped con la 6 en la espalda.
Después de 5 años de resignación y abandono, Calandria decidió, por una cuestión de salud y de amor propio, que era momento de bajar de peso y volver a los 85 kilos que alguna vez supo tener.
A base de sacrificio, dieta, preparación física y aflojarle un poco al porrón, mi amigo empezó lenta, pero sostenidamente a bajar de peso.
Después de casi diez meses de esa rutina, había llegado casi a su peso soñado y en una de las noches de asado y póker con la barra anunció orgulloso: “Muchachos, el mes que viene vuelvo a las canchas”. Todos nos alegramos, lo felicitamos y ya empezamos a tirar fecha para el evento porque todos queríamos estar presentes.
“El 1 de Diciembre lo hacemos en la canchita del club” acordamos.
Y así quedamos en firme para esa fecha.
El día del partido estábamos todos. La muchachada, como premio y reconocimiento al esfuerzo de nuestro compañero, le regaló una camiseta de River (equipo del cual Calandria es hincha) con el 6 en la espalda y su apodo inscripto en letras doradas.
Yo me sentía contento y emocionado por el regreso a las canchas de mi amigo.
Se acercaba el horario de comienzo del partido y ya estábamos casi todos en la cancha haciendo el calentamiento previo.
- Che ya son casi las 5, y falta gente ¿Cuántos somos?, preguntó inquieto el Tete.
- …6, 7, 8… faltan dos, contesté después de hacer un escrutinio rápido con el dedo índice.
- Si, me avisó el Pato que se iba a demorar 10 minutos porque venía con un amigo de Buenos Aires que estaba llegando, aclaró Mauri.
El Pato siempre llegaba tarde a los partidos. Había sido representante de jugadores en los ’90 y ahora tenía una casa de deportes en el barrio Echesortu. Siempre aparecía con camisetas que de algún futbolista famoso, botines último modelo y nos contaba los chismes y puteríos del mundillo del fútbol, porque sabía que a nosotros nos encantaban esas cosas.
- Che vamos arrancando que yo a las 6 me rajo, propuso Mauri
- Bueno, hacemos pan y queso vos y yo, me dijo el Tete.
Para el que no sabe, el “pan y queso” es un método ancestral utilizado para la elección de los equipos. Para ejecutar el mismo se procede de la siguiente manera. Se designan dos jugadores que serán los responsables de la elección de un jugador por vez, de manera alternada, para ir armando sus respectivos cuadros. Estos se enfrentan a una distancia prudencial (entre 3 y 5 metros aprox.) y comienzan a dar pasos a lo largo de una línea recta imaginaria que los une (un pie cada vez, una vez cada uno), pero con la particularidad de que el taco del pie que se adelanta siempre toque la punta del pie de apoyo. Entonces el primero que da el paso dice “pan”, y el otro emula el movimiento a la voz de “queso”. Se repite la secuencia descripta anteriormente hasta que el pie de uno de los dos pisa al pie del otro. Esto lo habilita a elegir primero, con la consiguiente ventaja deportiva, ya que si uno es lo suficientemente inteligente, tiene la opción de elegir al más habilidoso en primera instancia para que integre su equipo. La elección se hace a viva voz “Elijo a Jorge”, por ejemplo, y ese jugador ya se viene para el lado donde está el que lo eligió. En este tipo de sistemas de elección siempre hay algo de crudeza y/o crueldad, ya que para el final van quedando los más troncos, situación que evidencia y deja al desnudo el desprecio de quienes eligen y que se transforma en un angustiante puñal para los que esperan no ser elegidos últimos.
Arrancamos el pan y queso con el Tete y gané yo. Por lo tanto me tocaba elegir.
En cualquier partido normal, lo hubiese elegido a Jorgito Fabricuis, que la rompía… era un crack, lo que se dice “un mostro internacional pal fobal”. Pero éste no era un partido normal.
Mi amigo Calandria volvía a las canchas, así que como muestra de afecto y reconocimiento decidí elegirlo a él.
Cuando me aprestaba a comunicar mi elección lo vi entrar a la cancha al Pato con un tipo que me resultó familiar. Lo tuve que mirar varias veces para reconocerlo. Los kilos de más, y el pelo corto hicieron más difícil que pudiera darme cuenta, por fin, que no era otro que el mismísimo José Luis Rodríguez… “El Puma”. Y no hablo del cantante, autor de “Agarrense de las manos” y tantos otros hits sino del otro José Luis Rodríguez… el futbolista, el “Puma”como lo apodaban los periodistas deportivos… “Cacho”para los íntimos.
Y acá me voy a detener para explayarme sobre el segundo personaje protagonista de esta historia.
Para el que no es un seguidor del fútbol quizás el nombre no le suene muy conocido. Pero les voy a decir que el Puma es uno de mis mayores ídolos futbolísticos.
José Luis Rodríguez llegó a Rosario Central en el año 1992, proveniente del Deportivo Español, club con el que había salido goleador el campeonato anterior.
Coincidió su llegada al club de mis amores, con mi época de mayor fanatismo, lo que exacerbó quizás su figura en mi apreciación.
Era un jugador fantástico, goleador nato, muy difícil de marcar y con buena técnica. Pero lo que más me gustaba es que era tremendamente camorrero , bien de potrero, aguerrido como pocos.
El día del debut del Puma jugamos contra River en el Monumental y él hizo el gol del triunfo para el 1 a 0 que nos trajimos de Nuñez. Ahí empezó el idilio entre el Puma y la hinchada y enseguida surgió un enamoramiento recíproco.
Por eso, cuando lo reconocí, no pude contenerme y fui a abrazarlo. “Cacho…ídolo…gracias por tantas alegrías” le dije emocionado. El Puma me miró sonriente me palmeó la espalda y me contestó: “Entre canayas no hay nada que agradecer hermano”. Creí estar en el paraíso. Enfrente mío estaba mi ídolo, con el cual estaba por jugar un partido de fútbol, igual que en mis mejores sueños cuando en un Gigante de Arroyito repleto tirábamos paredes con el Puma y nos abrazábamos en un eterno grito de gol.
Pero de repente, en medio de ese estado hipnótico de felicidad, el Tete me volvió a la realidad con una frase que me movilizó tremendamente… “¿Y? ¿Vas a elegir o no?”
Y ahí me di cuenta que la vida me había puesto en una terrible y cruel encrucijada.
Tenía que elegir yo primero. Y las opciones eran claramente dos: El Puma versus Calandria. Mi ídolo versus mi amigo. Poder cumplir “el sueño del pibe”, una fantasía hasta ese momento inalcanzable versus reafirmar la lealtad y el reconocimiento hacia mi amigo a quien tanto sacrificio le costó volver a las canchas.
Parado en el círculo central de
la cancha, levanté la vista antes de tomar una determinación y los observé a
los dos.
El Puma estaba totalmente ajeno a la situación, haciendo jueguitos con la pelota mientras conversaba con los muchachos.
Calandria en cambio, me miraba expectante, con el nerviosismo de un pibe de las inferiores que está esperando que el técnico lo nombre para integrar la lista de concentrados por primera vez.
Mi cerebro funcionaba a mil. Sudaba, dudaba, pensaba. Evaluaba pros y contras de cada decisión en milésimas de segundo.
Finalmente, la voz de mi conciencia pudo más… y lo elegí a Calandria.
Mi amigo me miró contento y me palmeó la espalda.
Yo guardaba la secreta esperanza de que el Tete (a quien le tocaba elegir a continuación), se apiadara de mí y eligiera a otro jugador, dejándome la posibilidad de que mi ídolo fuera parte de mi equipo, máxime siendo que el no era hincha de Central.
El Puma estaba totalmente ajeno a la situación, haciendo jueguitos con la pelota mientras conversaba con los muchachos.
Calandria en cambio, me miraba expectante, con el nerviosismo de un pibe de las inferiores que está esperando que el técnico lo nombre para integrar la lista de concentrados por primera vez.
Mi cerebro funcionaba a mil. Sudaba, dudaba, pensaba. Evaluaba pros y contras de cada decisión en milésimas de segundo.
Finalmente, la voz de mi conciencia pudo más… y lo elegí a Calandria.
Mi amigo me miró contento y me palmeó la espalda.
Yo guardaba la secreta esperanza de que el Tete (a quien le tocaba elegir a continuación), se apiadara de mí y eligiera a otro jugador, dejándome la posibilidad de que mi ídolo fuera parte de mi equipo, máxime siendo que el no era hincha de Central.
- “Elijo al Puma”
dijo mirándome de reojo, con una sonrisa socarrona.
Un puñal helado se me clavó en el alma. Mi sueño se desvanecía por completo de forma irreversible.
Terminamos de elegir los equipos y comenzó el partido.
Mi equipo quedó conformado por el Pato, Saltiveri, el Flaco Cortalesi, Calandria y yo.
El otro equipo con el Tete, Jorgito, el loco Maxi, Mauri y el Puma
El desarrollo del mismo fue algo anecdótico.
Perdimos 19 a 2.
Calandria no la vio ni cuadrada y el Puma la descosió.
Los del equipo contrario se cansaron de tirar paredes y lujos y nos pintaron la cara.
Cuando sonó el timbre que indicaba la finalización del partido, caí al césped sintético arrodillado, como desplomado, totalmente abatido futbolística y psicológicamente.
- El que pierde paga la cerveza ¿no? Preguntó el Tete con ironía.
Un puñal helado se me clavó en el alma. Mi sueño se desvanecía por completo de forma irreversible.
Terminamos de elegir los equipos y comenzó el partido.
Mi equipo quedó conformado por el Pato, Saltiveri, el Flaco Cortalesi, Calandria y yo.
El otro equipo con el Tete, Jorgito, el loco Maxi, Mauri y el Puma
El desarrollo del mismo fue algo anecdótico.
Perdimos 19 a 2.
Calandria no la vio ni cuadrada y el Puma la descosió.
Los del equipo contrario se cansaron de tirar paredes y lujos y nos pintaron la cara.
Cuando sonó el timbre que indicaba la finalización del partido, caí al césped sintético arrodillado, como desplomado, totalmente abatido futbolística y psicológicamente.
- El que pierde paga la cerveza ¿no? Preguntó el Tete con ironía.
- Más vale, ¿o te pensás que vamos a arrugar por unos
porrones pedorros?, contraatacó rápido y
desafiante Calandria.
Después de eso, se me acercó y de manera discreta me separó del grupo como para decirme algo.
Me puso una mano en el hombro y pensé que me iba a agradecer por el gesto de haber renunciado a la posibilidad de jugar con mi ídolo y haberlo elegido a él como compañero de equipo.
- Che… ¿no me prestarías algo de plata para pagar la cancha y los porrones que ando crocante de seco?
- Si … está bien, no hay problemas, le contesté tajante y masticando bronca.
- Bueno muchachos, nos vamos ¡Qué sorpresita les traje! ¿eh?, dijo el Pato abrazando al Puma.
- Chau a todos, nos vemos, se despidió el Puma. Mientras lo veía alejarse, hubiese pagado varios miles de pesos por poder volver el tiempo atrás para elegirlo a él, pero lo hecho, hecho estaba.
Nos despedimos del resto de los muchachos y nos subimos a mi auto con Calandria, ya que yo lo iba a acercar hasta la casa.
- ¡Que groso el Puma!
- Si, un fenómeno, le contesté en seco
Después de eso, se me acercó y de manera discreta me separó del grupo como para decirme algo.
Me puso una mano en el hombro y pensé que me iba a agradecer por el gesto de haber renunciado a la posibilidad de jugar con mi ídolo y haberlo elegido a él como compañero de equipo.
- Che… ¿no me prestarías algo de plata para pagar la cancha y los porrones que ando crocante de seco?
- Si … está bien, no hay problemas, le contesté tajante y masticando bronca.
- Bueno muchachos, nos vamos ¡Qué sorpresita les traje! ¿eh?, dijo el Pato abrazando al Puma.
- Chau a todos, nos vemos, se despidió el Puma. Mientras lo veía alejarse, hubiese pagado varios miles de pesos por poder volver el tiempo atrás para elegirlo a él, pero lo hecho, hecho estaba.
Nos despedimos del resto de los muchachos y nos subimos a mi auto con Calandria, ya que yo lo iba a acercar hasta la casa.
- ¡Que groso el Puma!
- Si, un fenómeno, le contesté en seco
Nos paró el semáforo y no me pude
contener de preguntarle
- ¿Vos que hubieras hecho?
- ¿Qué hubiera hecho de qué?, me contestó Calandria sin entender mi pregunta.
- ¿A quién hubieras elegido si estabas en mi lugar? Por ejemplo si en lugar del Puma hubiese estado Francescoli y el que volvía a las canchas era yo.
- ¿Te tengo que decir la verdad?
- Si
- Al Enzo, de acá a la China.
- ¿Qué hubiera hecho de qué?, me contestó Calandria sin entender mi pregunta.
- ¿A quién hubieras elegido si estabas en mi lugar? Por ejemplo si en lugar del Puma hubiese estado Francescoli y el que volvía a las canchas era yo.
- ¿Te tengo que decir la verdad?
- Si
- Al Enzo, de acá a la China.
El resto del camino estuvimos sin
hablar. Llegamos a la casa, agarró el bolso y se bajó. Antes de entrar, volvió
sobre sus pasos, asomó la cabeza por la ventanilla del lado del acompañante que
había quedado abierta y me dijo:
- A ver si la semana que viene nos ponemos media pila para jugar porque hoy dimos asco.
Lo miré fijo a los ojos por varios segundos con un odio visceral.
- Bueno loco, nos vemos, me dijo ignorando por completo mi reacción.
- A ver si la semana que viene nos ponemos media pila para jugar porque hoy dimos asco.
Lo miré fijo a los ojos por varios segundos con un odio visceral.
- Bueno loco, nos vemos, me dijo ignorando por completo mi reacción.
Todavía hoy, 10 años después de
aquel episodio, me despierto algunas noches soñando con ese partido… supongo
que ya se me va a pasar.
Calandria forever!!!!!!!! buenisimo javi!!! jjajajajaja.
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