lunes, 12 de noviembre de 2018

EL TRENCITO DE LA ALEGRÍA



Los niños entre 2 y 7 años tienen para mí una magia especial. No sabría precisar exactamente bien por qué, pero es  así. Quizás sea por su inocente sencillez, su sinceridad absoluta despojada de prejuicios, sus preguntas permanentes ante un mundo por descubrir a cada paso, sus respuestas irreverentes cargadas de razonamiento lógico, sus expresivas caras enmarcadas en gordos cachetes pellizcables, o seguramente la conjunción de todas ellas.
Lo cierto es que disfruto tremendamente al compartir momentos con ellos.

Por eso cuando mi hermana Judith me llamó…
- Hola nene ¿cómo estás?
- ¡Eeeey, hermanita! ¿Todo bien, vos?
- Bien querido. Te consulto ¿vos tenés algo que hacer hoy de cinco a siete?
- No, nada. Estoy al pedo full time desde que me rajaron del laburo ¿Por? ¿Me vas a invitar al cine?
- Pero no boludo. Escuchame una cosa. Mora tiene el cumple de Sofía, la amiguita del jardín, la rubiecita esa que la mamá da clases de pilates y el papá tiene la mueblería ¿te ubicás?
- …
-¡Pero que te vas a acordar vos si vivís en una nube de pedos! Bueh, no importa. El tema es que yo no la puedo acompañar porque tengo turno en el médico y Ezequiel sale de la oficina a las ocho. ¿Vos me podrás hacer la gauchada de acompañarla? Salen de la puerta de la casa de Sofi con el trencito de la alegría. La mamá pidió si podían ir algunos adultos más para  acompañar a los chicos ¿puede ser?¿Puede ser?¿Puede seeeeeerrrr?
-Si, si, siiii nenaaa. No hay problema. A las cuatro y media la paso a buscar. Pero te va a salir caro esto.

… accedí rápidamente.

Intuía una buena oportunidad para disfrutar de una tarde de tío-sobrina, más aún cuando me enteré que el cumple era a bordo del “trencito de la alegría”.

Yo no sé si en todos lados será igual, pero en mi pueblo, se estila mucho festejar los cumpleaños infantiles a bordo de un ómnibus o colectivo reformado, la mayoría de las veces en forma de tren o lancha, con capacidad para varios pasajeros, el cual hace un recorrido por la ciudad con el cumpleañero y todos sus invitados al ritmo de los éxitos musicales infantiles del momento.  El “servicio” que ofrece el trencito, también incluye reparto de golosinas y la infaltable animación de tres o cuatro personajes (N. de la R.: léase adultos ataviados de imperfectos disfraces que emulan a los íconos infantiles del momento a cambio de un magro sueldo), a elección del agasajado.

Justamente la semana anterior había escuchado una entrevista que le hicieron en el programa “Nuestra Gente” de FM Latidos (91.3), al vasco Sarrieguiberry,  propietario del trencito del pueblo, quien comentaba en la nota que “el personaje que más piden los gurises es el Sapo Ernesto, sin dudarlo. Pero ojo que hay otros que salen bastante como los super héroes y las princesas.   A algunos  también les gustan Bob Esponja y nunca faltan los clásicos de todos los tiempos como el Pato Donald  o Mickey”.
Estos nobles laburantes son dignos del mayor de los respetos. Enfundados en esos pesado y calurosos trajes de fieltro, gomaespuma y pana, en pleno verano…íntegros…estoicos allí  dentro, sin dejar jamás de aplaudir, arengar y bailar, mientras se adivina en sus ojos de tela una mueca de sufrimiento. Incluso a veces teniendo que soportar la crueldad de los pequeños, quienes arrastrados por su curiosidad y espíritu crítico, alcanzan a adivinar la falsedad identitaria de los personajes al grito de ¨¡VÓNOSÓMIKIMAUS!¨, llegando en ocasiones hasta la agresión física contra los impostores.

Pero bueno, volviendo al relato, a las 16:30 en punto toqué el timbre en casa de mi hermana…

- Hola nene. Gracias por venir.
- De nada hermanita. ¿Dónde está la chiquita del tío?
- Ahí se estaba terminado de cambiar. ¡Dale Moraaaa!
- ¡Hola tíoooo!
- ¡Hola hermosa, que lindo abrazo! Decile chau a la pesada de tu madre, que en breve empieza la diversión.
Mi hermana  me despidió con el dedo mayor de su mano derecha extendido.

Llegamos al cumple justo a horario, cuando los invitados comenzaban a subir al trencito.
Nos ubicamos al fondo para tener una mejor perspectiva de todo lo que pasaba.
La escena era tierna y divertida. Los padres y abuelos cantaban al ritmo de la música y me dejé llevar por las palmas. Los globos, las guirnaldas, las canciones, todo estaba teñido de color infancia.
Hasta que subió Cenicienta.
Y acá permítanme abrir un paréntesis y aclarar algo. Hacía poco más de dos meses, que me había separado de mi ex pareja, y desde entonces no había vuelto a salir con ninguna mujer. A esa altura, ya veía con buenos ojos la mayoría de las representante del género femenino entre 25 y 55 años… casi sin excepción.
Por eso cuando apareció Cenicienta, se me salió el corazón del cuerpo. Una morocha divina de unos 30 años. Sumado a eso el morbo de verla con ese disfraz, formaba un combo explosivo, provocándome una revolución hormonal instantánea. Imaginé miles de momentos junto a ella en esos en unos breves instantes… en el parque, en la playa, caminando bajo la lluvia, enamorados. Cuando de repente Mora me volvió a la realidad.
-          ¿Tío estas bien? ¿Por qué tenés esa cara?
Me imagino como me debe haber visto pobre criatura. No podía disimularlo. Enseguida mi patética situación se hizo evidente, porque la primer palabra que quise dirigirle a Cenicienta fue un desastre… no recuerdo que estupidez le  dije pretendiendo ser ocurrente. Lo que si recuerdo es que después de escucharme, la morocha me rebajó con la mirada y me frenó en seco con un contundente “sos un desubicado”.

Desesperación + Falta de “training” + Ambito inoportuno = ROJA DIRECTA.

Derrotado y sin chances decidí enfocarme nuevamente en mi sobrina y el cumple.
Cantamos canciones, hicimos juegos, un mago hizo unos trucos bastante rudimentarios pero efectivos, y en un momento empezó el baile.
Cuando estábamos en plena danza con Mora y en lo mejor de la fiestita, se nos acercó la Pantera Rosa. Al principio lo tomé como algo normal, como parte de su trabajo, digamos. Después la cosa se enrareció un poco. Me di cuenta que se quedaba con nosotros más de la cuenta. No bailaba con otros papás o mamás. Y en vez de bailar con la nena, bailaba conmigo, con movimientos sensuales. En definitiva y para ser directo: la Pantera Rosa me tiraba onda.
En un momento se armó un trencito. Ahí ella se puso adelante mío, me agarró las manos y me las puso con firmeza en su cintura, mientras meneaba las caderas, al ritmo de una canción de Xuxa que sonaba a todo volumen.
Y uno no es de fierro.
Yo sé que diez minutos antes me estaba por casar con Cenicienta, pero mi condición hizo que me diera igual felina que princesa, así que me dejé llevar. Agarrado a sus caderas movedizas, pude adivinar la turgencia de su cuerpo, mientras me invadía su exquisito perfume.
Yo ya estaba como loco, no tenía idea donde estaba mi sobrina, y después de un rato de histeriqueo mutuo, de un ida y vuelta de mensajes encriptados en clave sensual, justo en el fragor de esa adrenalina cúlmine del levante, en el momento de mayor tensión pseudo-erótica, la pantera se de vuelta, me rodea el cuello con sus brazos y acercando su cara (o más bien su máscara) a mi oído me dice “Me llamo Luli ¿Qué tenés que hacer esta noche, lindo?”.

Hubiese sido la gloria total, de no ser por un pequeño detalle: mi nueva pretendiente enfundada en su traje rosa, tenía la voz muy parecida a Julio Sosa, el varón del tango.
Me alejé hacia atrás de un salto, sin poder ocultar  lo chocante que fue para mí la situación, no porque juzgue la elección sexual de las personas, sino porque no me lo esperaba y quedé descolocado. Igualmente traté de ser cortés con la respuesta: “Te agradezco mucho, pero me gustan las chicas”. Pero ante mi negativa Luli redobló la apuesta y continuó con su insistencia y después de un rato, el/la muchach@ ya se había puesto demasiad@ pesad@.
Traté de controlarme y ponerle paños fríos a la situación entendiendo el contexto donde estábamos, pero cuando la pantera intento manosearme, la cosa me sobrepasó. Y mi reacción, si bien reconozco que puede considerarse algo exagerada, fue totalmente instintiva... l@ acosté de una trompada.
Y ahí se armó la hecatombe. Enseguida el Hombre Araña y Pikachu saltaron a defender a su compañera de trabajo y se me tiraron encima. Los cuatro trenzados en batalla campal mientras la escena se completaba con niños llorando, padres y abuelos intentando separarnos y gritos de terror. Hasta que después de varios minutos de caos, el trencito se detuvo en la comisaría 6ta.


Todavía me tenían esposado en la sala de espera, cuando  la vi pasar a mi hermana que había ido a retirar a Mora.  Su mirada fulminante me obligó a bajar la vista. Intentar una disculpa en ese momento hubiera sido absolutamente inútil, por lo que no emití sonido alguno.
Al poco tiempo un policía me llevó a la celda y me encerró con un travesti. Era Luli, ya desprovista de su traje. Ya más calmado, le pedí disculpas. Ella también se disculpó, me dijo que entendía que se había sobrepasado, que no suele hacer esas cosas, pero que yo realmente le había gustado mucho y que hacía rato que no le pasaba eso con alguien y otras cosas en ese sentido.  Mientras me hablaba, me sorprendieron sus rasgos delicados, marcadamente femeninos. Nos quedamos charlando un rato, me contó cosas de su vida, hasta que vino el policía. “Hicimos averiguación de antecedentes. Los dos están limpios. Se pueden ir”. 
Cuando nos despedíamos en la puerta de la comisaría Luli me dio un papelito con su número de teléfono, me guiñó el ojo y se fue.

Mientras se alejaba, hice un bollo con el papel  y estuve a punto de tirarlo. Pero algo me detuvo.
Contemplé por un largo rato el papel en la palma de mi mano.
Finalmente lo desarrugué, lo doble prolijamente en dos y lo guardé en la billetera…


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