miércoles, 14 de marzo de 2012

CULPABLE, HASTA QUE SE DEMUESTRE LO CONTRARIO

Nunca fui de buchonear. Cualquiera que me conozca puede dar fe de ello.
Pero aquella vez las circunstancias me llevaron a hacerlo… casi que me obligaron te diría.
Porque cuando vos ves que no hay coartada lógica para presumir la inocencia de un sospechoso, la culpabilidad es el veredicto inevitable.
Si hubiera tenido un mínimo margen de duda, por más ínfimo que sea, te juro que no lo hubiera hecho.
Pero en este caso no había duda alguna: la vieja era culpable.
Paso a continuación a detallar lo sucedido.
Iba yo con el auto del trabajo por el camino de tierra que va de la Ruta 22 a la localidad de General De la Peña, cerquita de Curuzú Cuatiá.
Trabajaba en una empresa de encomiendas y me dirigía a entregar una paquete, cuando en el medio del camino vi a una señora haciendo dedo. Bajita ella, pinta de buena gente, flaquita, de unos 57 años y medio, más o menos, morocha de pelo corto con un bolsito de arpillera colgando del hombro.
Tengo por costumbre llevar a la gente que hace dedo para alivianar un poco el viaje de los caminantes. Y ese día con más razón porque garuaba.
Aminoré la marcha y bajé la ventanilla
- Buen día señora
- Buen día querido
- ¿Hasta donde va?
- Voy a General De la Peña, a la entradita nomás cerca del almacén de Tutuca.
- Bueno, suba que la llevo yo voy para allá
- Ay bueno, muchísimas gracias
Levanté la campera, la carpeta y el celular que tenía en el asiento del acompañante y los puse en el asiento de atrás. Justo debajo de la puerta del acompañante había un charco de agua.
- Deja nomás querido, subo atrás, me dijo la doña.
Una vez arriba y superado ese primer momento de cuasi tensión que se produce entre dos extraños, la señora empezó la conversación
- Qué tiempo loco ¿no? Me dijo como para romper el hielo… porque el 99% de las conversaciones entre extraños o gente que no tiene demasiada afinidad o temas de conversación en común arranca inexorablemente con algún comentario sobre el clima, como  “¡que terrible este calor!” o “se vino el frío nomas” o “en cualquier momento se viene el agua” y cosas por el estilo.
- Si, la verdad le contesté. Y el Servicio Meteorológico da lluvia hasta el Jueves… al menos eso dijo Nadia, la del pronóstico de canal 7 que habla medio raro.
- Y la verdad que hacía falta el agua en el campo. Yo trabajo en la estancia de Ponce y ya la plantación de mandioca estaba sintiendo el rigor de la seca y los animales estaban quedando sin pasto.
- ¿Y el pueblito es tranquilo?
- Siiii, tranquilísimo. Capaz que demasiado le vua decir.
- Y bueno, la vida en el campo tiene sus pros y sus contras…
- Es verdad. Bueno querido, yo me bajo en el negocio de ahí a la esquina, donde está el zaino atado al palenque.
- Bueno señora que tenga buen día
- Muchas gracias querido, igualmente para vos.
Seguí camino con la satisfacción que uno tiene después de haber hecho una obra de bien. El paisaje rural mezcla de forestaciones y naranjales repletos de azahar, sumado a un chamamé suavecito que sonaba en la radio, terminaban de darle a la escena una sensación de placentera paz.
Enseguida llegué a la dirección de destino: Comandante Faure 14 bis. Golpeé varias veces pero no salió nadie. En el remito de la encomienda figuraba un número de teléfono así que busqué mi celular para llamar. Siempre lo llevo en el bolsillo del pantalón… pero no estaba. Revisé la guantera y debajo de mi asiento… y tampoco.
¿Qué carajo hice con el teléfono? Conociéndome y sabiendo lo despistado que soy traté de armar una especie de paso a paso mental desde la última vez que lo usé.
Recordaba haber llamado a mi jefe cuando salí de la estación de servicio, y enseguida me vino a la mente el momento en que subió la señora y pasé el teléfono para atrás junto con la carpeta y la campera. Revisé entonces la carpeta, la campera, debajo del asiento trasero, incluso saqué el asiento trasero para ver si se había ido para abajo por algún recoveco… y nada. Casi desarmé el habitáculo del auto, no me quedó un solo rincón por revisar. Empecé a tejer varias conjeturas, hasta que me vino a la mente la hipótesis más veraz, lógica y terrible ala vez… ¡LA VIEJA ME HABÍA CHOREADO EL CELULAR!
Y si, porque si un segundo antes que subiera la vieja yo tenía el celular y un minuto después que se bajara el celular no estaba… la fórmula era sencilla:
Celular en asiento trasero  + Vieja en asiento trasero  =  Celular desaparecido   =>  VIEJA CHORRA
No había otra.
¿O a alguno de ustedes se le cruza alguna duda al respecto?
A mi no.
Y una vez que me aferré a la idea y la hice carne, empecé a engranar
¡Aaaaaaa pero que vieja hija de puuuuta, yo no lo puedo creer! Pero será posible esta tipa ¿encima que la llevo me paga con esa moneda? Además ensuciarse las manos por ese celular pedorro… porque si vos me decís que era un celular top de esos último modelo con cámara, GPS, blutú, brújula y tocadiscos, ponele que se justifique… ¡pero ensuciarse por ese celular! Ya no se puede confiar en nadie, esto no puede que dar así.
Volví entonces hasta donde se había bajado la vieja. Entré al almacén, pregunté por ella, pero no supieron decirme nada. Di una vuelta por el caserío a ver si la encontraba, pero no había dejado rastros. Después de un rato me resigné y con todo el odio acumulado, decidí emprender el regreso al trabajo.
Pero cuando me estaba yendo, masticando bronca y puteando por lo bajo, levanté la mirada y vi un destacamento policial.
Sin pensarlo dos veces clavé los frenos y me bajé: a esta guacha yo la denuncio.
Y si. Yo te dije que nunca fui buchón, pero esta se lo merecía con creces.

Entre a la comisaría del pueblo. Un escritorio vacío con el cartelito que decía “Despacho del Subcomisario Inspector C. Leiva” y en otra habitación un televisor que se escuchaba a todo volumen.
Golpeé las manos para que me atendieran pero nadie salió. Decidí dirigirme a la sala desde donde provenía el sonido de la T.V., y allí me encontré con un espectáculo bizarro por demás:
- ¿Subcomisario Leiva?
- Si adelante, adelante.

El hombre de unos 48 años de edad, 1,85 mts de altura, y unos 120 kilogramos de peso, estaba con ropa deportiva parado frente al televisor sobre una colchoneta mirando un programa de gimnasia, copiando todos los movimientos que hacía Catherine Fullop.
Mientras se secaba la transpiración me dijo “Disculpe que me agarró justo haciendo ejercicio. A esta hora siempre me tomo un ratito libre, pero no descanso. Hay que estar en forma para poder combatir el delito con eficicacia. Si me aguarda un segundo, voy a cambiarme y enseguida estoy con usted”.

Al rato salió con el uniforme reglamentario, todavía algo sudado
- Muy bien, usted dirá en que puedo ayudarlo.
- Mire comisario, yo estoy acá para denunciar el robo de mi celular.
Le conté en detalle lo sucedido y antes de que termine el relato me cortó en seco.
- No me diga más nada. Ya mismo vamos a buscar a esa hija de puta. ¡Pero que gente de mierrrda que hay en este pueblo choto! Yo hace menos de un año que estoy y le juro que acá habría que meter una bomba y volarlos a todos.
- Eeee, bueno…. Tampoco creo que sea para tant…
-¡Sí que es para tanto y para más también! ¡Porque hoy te roban el celular, mañana la bicicleta y pasado no te dejan ni el perro! Esto hay que cortarlo de raíz.
- Igual era un celular así nomás y…
- ¡Nada de así nomás! El tema es la actitud de mierda de esta tipa. Porque usted la lleva con la mejor buena voluntad del mundo y encima lo afanan. ¡No señor! Eso en mi pueblo no lo voy a permitir. Ya mismo vamos a buscarla.

Aprontó el arma, se puso el gorro y salimos a la calle. Antes de subir al auto le pedí un favor:

- Leiva, si no le molesta le voy a pedir que me llame al celular, no vaya a ser cosa que esté por ahí tirado en el auto y yo no lo haya visto.
- Pero como no, digame el numero
- 159-00022
-  Ahí llama…llama…llama…!Já!, lo que suponía: el contestador. ¡Más vale! ¡Lo apagó la zorra! Vamos a buscarla nomás, ya va a ver cuántos pares son tres botas esa ratera.

En la calle estaba estacionado el patrullero. Un Falcon modelo 83, algo deteriorado de aspecto.
Después de veinte minutos de tratar de darle arranque nos resignamos y emprendimos el patrullaje en mi auto. 
Con la descripción de la vieja y el dato de que era empleada en la estancia de Ponce, que era un reconocido hacendado de la zona, no tardamos en dar con la casa de la sospechosa.
- “Aaa si, Doña Asención Maldonado. Es la casita rosada ahí en la esquina, al lado de lo del dotor Eladio Mateo”, nos dijo un paisano que estaba en el boliche de ramos generales donde entramos a preguntar.
El “dotor” Mateo era el curandero del pueblo. Obviamente que no era médico, curaba de palabra el mal de ojo, las quemaduras y el empacho. Siempre me lo nombraba mi abuela porque era un tipo bastante famoso en la región.
Caminamos unos metros rumbo a la casa indicada, mientras la gente se iba asomando a curiosear.
- Es acá, me dijo el comisario
- Mire comisario, yo no tengo pruebas contundentes de que fue esta persona, trate de no ser muy agresivo con ella porque…
- Usted no se preocupe y déjemelo a mi.


Golpeó las manos enérgicamente varias veces
- Buen día comisario, dijo una chica de unos 30 años pelo negro, lacio, largo hasta la cadera.
- Buen día, como le va. ¿Está la señora?
- Si, enseguida la llamo… Mamáaaa, te busca la policía


La señora salió con cara de susto y cuando me vio a mi junto al comisario se puso pálida.

- ¿Qué pasó?, preguntó desconcertada.
- Mire señora, acá el muchacho perdió el celular y querríamos saber si por casualidad usted en un descuido no se lo llevó por error en el bolso.
- Noooo por favor! Dios mío que vergüenza
- Si se podría fijar…
- Pero le traigo ya mismo el bolso
Entró a buscarlo y salió enseguida al borde de las lágrimas.
- Acá tiene comisario. Por Dios no vayan a pensar que yo me llevé el teléfono, se los ruego. Yo vi que había una carpeta y un teléfono en el asiento trasero, pero lo corrí para un costado… jamás agarraría algo que no es mío.

Mientras la señora hablaba el comisario le revisaba el bolso y nada.

- Le molesta si entro un segundo a su casa, le dijo.
- Pero no, pase, pase, por favor y  revise lo que quiera.


El comisario, astuto, volvió a llamar a mi número desde su celular mientras ingresaba a la casa. Si la sospechosa lo tenía iba sonar y ahí la agarrábamos de las pestañas.
- Contestador, me dijo

- Bueno señora, no la molestamos más. Si por casualidad llega a encontrarlo me lo arrima a la comisaría ¿sí?
- Si, como no. Pero le aseguro que yo no tengo nada que ver. Le juro por mis hijos que yo…
- Está bien señora, no se preocupe.
- Disculpe la molestia,
le dije como para meter un bocadillo y para terminar.

Mientras volvíamos al destacamento el comisario me miró y me dijo:
- Te lo afanó la vieja, de acá a la China. Se le notaba la cara de culpable.
- No se comisario, yo la vi bastante compungida.
- ¡Teatro! Todo teatro viejo. ¿Vos todavía crees en los Reyes Magos? Se debe estar re cagando de risa de nosotros.

Me fui del pueblo con una sensación de amargura, impotencia y rabia.
De camino hacia el trabajo llamé al 0-800 de la empresa de telefonía móvil para que bloqueen mi número y dieran de baja el servicio.
Cuando llegué a la oficina mandé un correo electrónico a todos mis contactos avisando que me habían robado el teléfono y que recié el Jueves iba a comprar uno nuevo.
Al ratito llegó Tito, mi compañero de oficina. Cuando le conté lo que me había sucedido se indignó tremendamente.
Después de un rato de descargarme con Tito nos fuimos a comer algo
- ¿Vamos con mi auto?, le pregunté
- Dale

Subimos al auto y cuando no habíamos hecho ni 100 metros, se escuchó un ruido suave que venía de la parte de atrás del auto. Enseguida el ruido se hizo más fuerte y nítido. Tito me miró desconcertado y me dijo ¿Ese no es tu ringtone?.
Lamentable y efectivamente, sí, era el sonido de mi celular. Frené en la banquina y nos bajamos para ver de donde provenía el sonido. Corroboré aún incrédulo que el sonido venía del baúl.
Le pedí a Tito que abra el baúl porque yo no quería mirar… y allí estaba mi celular sonante y campante. Me quedé atónito, duro, petrificado, mientras Tito se revolcaba en el piso de la risa.
¿Pero cómo carajo había llegado el celular hasta ahí?
Examinando el auto, pude comprobar que existe entre el habitáculo y el baúl, un pequeño agujero por donde pasan cables y mangueras que conectan diversos artefactos de la parte trasera con la parte delantera del auto, que estaba sin su tapa correspondiente y cuyo ancho es exactamente el ancho adecuado por donde el maldito celular seguramente debió haberse escurrido hacia el baúl.
- Pero todavía había algo que no me cierra, le dije a Tito. ¿Cómo fue que no sonó el teléfono cuando le pedí al comisario que me llamara?
- Que empresa tenés
- Movilfone
- Aaa, con razón. El contador Ellero, que viaja seguido a General De la Peña, me dijo que la semana pasada estaban instalando antenas nuevas de Movilfone en esa zona porque casi nunca había señal.

En el mismo momento en que terminé de dilucidar el misterio se me vino la imagen de la señora y se me fue el alma al suelo ¡Pobre vieja! Pensé.
La vergüenza me invadió de pies a cabeza y me sentí el sorete más grande del universo.
Había acusado de ladrona a una pobre señora inocente.
¿Qué debía hacer?
Tenía dos alternativas.
La primera era hacerme el boludo olímpicamente: no tocar más el tema, nunca más pasar cerca de la casa de la doña, no contarle nada a nadie, sobornarlo a Tito para que guarde silencio y listo, se terminaba la historia.
Pero andar por la vida con la conciencia sucia y con la espina de la culpa clavada en el pecho no es bueno.
Así que elegí la segunda alternativa: ir con la cabeza gacha y la cola entre las patas como perro que se ha mandado una macana y pedirle disculpas a la señora.
Aproveché que en el hall de la oficina había varias plantas ornamentales en macetas y agarré una que tenía un moño para regalo y la cargué en el auto para llevársela a la doña como muestra de arrepentimiento y como compensación por lo que le había hecho pasar.
A medida que me iba acercando a la casa de la señora la cara se me iba cayendo de la vergüenza un poco más.
Cuando llegué a la puerta, tomé coraje, bajé del auto con la maceta en la mano y toqué la puerta.
- ¿Qué paso ahora?, me preguntó la señora asustada
- No, no, nada señora. En realidad vengo a pedirle que me disculpe por el malentendido… encontré el teléfono en el baúl del auto y la verdad no se cómo pedirle perdón. Le traje esta maceta de regalo para que me disculpe, si no es mucho pedir.

La señora cambió el semblante y con una voz muy dulce me dijo: Está bien querido, son cosas que pasan.

Después de la que le había hecho pasar y de haberme portado como un terrible hijo de puta, la doña me contesta así … me dio una mezcla de paz interior por tener la conciencia tranquila y el perdón otorgado, pero a la vez me sentí nuevamente el más forro del planeta por haberle hecho eso a una persona tan buena y noble.

Acto seguido fui a la comisaría para limpiar el buen nombre de la señora.
- ¿Comisario Leiva?
- Pase, pase. Justito me agarró picando algo.
No eran ni las 6 de la tarde y el tipo estaba desparramado en una silla que a duras penas soportaba su peso, al lado de una mesita plegable, con la punta del mantel enganchada al cuello de la camisa a modo de servilleta, devorando un sábalo asado como de 3 kilos.
- Hay que estar bien alimentado para combatir el crimen con eficacia, me dijo.
- Está bien, no se moleste. Solo vine a decirle que… esteeee… queee
- ¡Pero hable hombre!
- Que encontré el celular
- ¡No!
- Sí.
- ¡Nooo!
- Sí.
- Vos sabes que a mi me parecía que la vieja no tenía pinta de chorra
- Pero comisario usted …
- Yo te dije. Acá se prejuzga a todo el mundo. Este país debe ser el único en el mundo donde cualquiera es culpable hasta que se demuestre lo contrario, y no al revés como debería ser.
- Pero comisario …
- No te preocupes viejo, andá nomás que yo después voy a hablarla a la doña y aquí no ha pasado nada ¿estamos?

Cuando volví a la oficina me estaba esperando Tito.
- Che, ¿vos te llevaste la planta que estaba en la maceta verde y tenía un moño de regalo?
- Si, se la llevé a la vieja de regalo, como para que me disculpe.
- Uuuy no! Recién me llamó el jefe, para preguntarme si sabía donde estaba el Helecho de Angora que le había comprado de regalo a la madre para el cumpleaños. Que por favor si me enteraba de algo que le avise porque era una planta muy rara y muy cara que la madre la estaba tratando de conseguir hacía mil años.
- Mirá: decile al jefe que si quiere le pago 5 lucas la puta planta esa, o le voy a comprar otra igual, o le compro a la madre un vivero entero, o de última si quiere que me eche a la mierda … ¡pero yo a la casa de la vieja a pedirle que me devuelva la planta no vuelvo ni en pedo!


6 comentarios:

  1. jajajajajj, me cagué de risa vo!!! un abrazo
    Seba

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  2. muuuuy bueno, pero pagaría por ver la cara si, el autor, tenía que ir a pedirle la planta a doña Asencion Maldonado y cambiársela por un arbol de limón

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  3. divinooo, que personajes conocidos y bien aplicados. Me hubiera gustado leer esta historia sin conocer la verdadera... muy bueno!
    Me lo imaginé al dotor con el jogin adidas haciendo gimnasia!!
    Maxi

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  4. el gordo motoneta16 de marzo de 2012, 9:27

    muy buenas las historias, una la conocia, pero la del manco botta y los jinetes sin cabeza, no la conocia, espero alguna anecdota mas pronto. un abrazo

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  5. muyyyyyyyyy buenoo Culpable hasta que se demuestre lo contrario.... jaja.. me emociono... que grande...
    fede

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  6. asencion maldonado!!!!! me suena jejejje muy bueno!!!!!

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